#️⃣ Me voy corriendo a mi casa": La canción que une a los inmigrantes colombianos en cada fin de año | Luigi Torres
Me voy corriendo a mi casa": La canción que une a los inmigrantes colombianos en cada fin de año
La melodía de la memoria: Me voy corriendo a mi casa” – Una canción, una tradición, un pedazo de alma colombiana
En Colombia, hay canciones que no mueren. No importa si pasan los años, si cambian los ritmos, si el reggaetón reina o la música electrónica llena festivales por todo el mundo. Hay melodías que son más que notas: son recuerdos, son familia, son hogar.
Y hay una en especial que tiene el poder de sacudir el alma incluso del más moderno, del más rockero, del más trapero. Porque cuando el reloj marca las 11:55 de la noche del 31 de diciembre, en muchas casas colombianas no suena Dua Lipa ni Bad Bunny… suena una canción que atraviesa generaciones:
“Faltan cinco pa’ las doce, el año va a terminar…”
Y uno, automáticamente, siente un nudo en la garganta.
Yo recuerdo —y seguro tú también— que mientras la pólvora dibujaba colores en el cielo, en casa ya todos se iban levantando, estirándose, buscando su copa de vino, mirando al reloj como si fuera lo más importante del universo. Y cuando sonaban esos versos:
"Me voy corriendo a mi casa, a abrazar a mi mamá..."
algo dentro de uno se activaba.
No importaba si eras joven y te querías ir de fiesta, o si eras adulto cansado del año… ese momento era sagrado. Uno abrazaba al papá, a la mamá, al abuelito, al vecino, al primo que llegó tarde… ese abrazo era la despedida y el nuevo comienzo.
Y todo eso acompañado por los legendarios Cañonazos Bailables, con sus infaltables volúmenes 1, 2 y 3, que han pasado por las manos de nuestros abuelos, de nuestros padres y que, de alguna forma, siguen vivos en nuestra generación, y seguirán vivos mientras haya una familia colombiana encendiendo parlantes cada diciembre.
Pero ahora vivo en Estados Unidos. Y amigo latino, déjame contarte: aquí, la cosa cambia.
Aquí el 31 de diciembre se parece más a un viernes o un sábado con rumba. Se celebran en clubes, en bares, en discotecas, en rooftops de lujo. Sí, hay cuenta regresiva, sí, hay fuegos artificiales… pero no se escucha “Faltan cinco para las doce”. No se corre nadie a abrazar a su mamá. No hay plato de lechona ni arroz con pollo en la mesa. Tal vez un cóctel, tal vez un beso entre parejas.
Aquí, el 31 se vive, pero no siempre se siente igual.
Y no digo que esté mal. Solo que… uno extraña. Uno recuerda. Uno cierra los ojos y, aunque esté en medio de luces neón y DJs internacionales, una parte del alma sigue allá, en Colombia, deseando poder escuchar esa canción, esa rumba tradicional, esa versión icónica que suena en las casas, en las esquinas, en las verbenas.
Y cuando suenan las doce… me dan ganas de correr a casa. A la que ya no está cerca, pero vive en el corazón.
Porque no importa dónde estemos, somos lo que escuchamos, lo que abrazamos, lo que no olvidamos.
Y mientras existan esas canciones que nos definen, jamás estaremos del todo lejos.
Feliz Año, parcero.
No olvides poner ese cañonazo, aunque sea bajito, aunque estés solo.
Porque tú sabes bien: “me voy corriendo a mi casa…”
1. Colombia en el corazón: Una tradición que no muere
En cada rincón de Colombia, el 31 de diciembre tiene una banda sonora especial. Mientras el año muere y el siguiente se asoma, los parlantes retumban con los infaltables "Cañonazos Bailables". Y justo cuando el reloj está por marcar la medianoche, suena ese piano melancólico y reconocible de "Faltan cinco pa’ las doce".
Esa canción es como un reloj emocional que detona lágrimas, abrazos y memorias. Es el momento en que uno se pone sentimental, cuando se recuerda al que ya no está, se valora al que aún sigue, y se desea un futuro mejor. No importa si eres de Medellín, de Cali, de la Costa o del Eje Cafetero. Esa canción nos pertenece a todos.
2. El primer fin de año lejos de casa: Un silencio que duele
Cuando me mudé a Estados Unidos, pensé que podría recrear mis tradiciones. Que podría hacer arroz con pollo, poner una bocina y escuchar los cañonazos, armar la fiesta con otros latinos. Pero no fue tan fácil.
El primer 31 de diciembre lejos de Colombia fue... raro. Me invitaron a una fiesta en un club. Había DJ, luces, bebidas de todo tipo, cuenta regresiva en una pantalla gigante. Pero cuando llegó la medianoche, no hubo abrazos largos, ni risas de familia, ni esa canción que me desarma.
Me senté en una esquina del salón, con una copa de champán en la mano, viendo a la gente besarse con sus parejas mientras yo sentía que algo me faltaba. Saqué el celular, me puse los audífonos y busqué la canción en YouTube: "Me voy corriendo a mi casa, a abrazar a mi mamá..."
Y lloré.
3. El poder de una canción en la vida del inmigrante
Para el inmigrante, las canciones no son solo melodías: son anclas. Nos conectan con nuestras raíces, con lo que fuimos, con lo que dejamos atrás. Y "Faltan cinco pa' las doce" tiene un poder especial porque aparece justo en un momento de transición, cuando decimos adiós a un año más de lucha, de logros, de pruebas superadas, y le damos la bienvenida a uno nuevo con la esperanza de que las cosas mejoren.
Muchos inmigrantes me han contado historias similares: venezolanos, peruanos, ecuatorianos, mexicanos... Cada quien tiene su versión de esa canción que, llegada la fecha, los hace detenerse, cerrar los ojos y recordar a los suyos.
4. Cómo mantener vivas nuestras tradiciones desde el exterior
Una de las luchas más silenciosas que vivimos los inmigrantes es la de no perder nuestra identidad cultural. Aquí algunas formas en las que he logrado mantener viva la esencia de diciembre colombiano:
Organizar cenas navideñas latinas: Aunque estemos en otro país, podemos reunirnos con amigos que compartan nuestras costumbres y preparar platos típicos como buñuelos, natilla, lechona o tamales.
Hacer playlist con música tradicional: En Spotify o YouTube hay muchas listas con cañonazos y villancicos colombianos. Ponerlos en casa es una forma sencilla de sentirnos cerca.
Transmitir nuestras costumbres a los hijos: Enseñarles a los más pequeños lo que significan nuestras tradiciones es una forma de asegurarnos que no se pierdan.
Conectarse virtualmente con la familia: Aunque sea por videollamada, abrazar con palabras a nuestros seres queridos también reconforta el alma.
5. Las diferencias culturales que nos confrontan (pero también enriquecen)
Una de las grandes sorpresas al vivir en Estados Unidos es descubrir que, aunque se celebra el año nuevo, no siempre se vive con la misma intensidad emocional. Aquí, muchas personas lo ven como una fiesta más. No hay tantos rituales, ni la quema del año viejo, ni las uvas, ni el abrazo prolongado con lágrimas.
Y eso puede doler, sí. Pero también es una oportunidad para compartir nuestra cultura. Me ha pasado que, cuando pongo "Faltan cinco para las doce" en una fiesta con americanos, muchos se detienen y me preguntan por qué esa canción me pone tan nostálgico. Y entonces les cuento. Les hablo de mi país, de mi familia, de la mesa llena de comida, del abrazo que no se olvida. Y algunos se emocionan también.
6. El sueño americano y la nostalgia inevitable
Venir a Estados Unidos a perseguir el sueño americano es una decisión valiente. Requiere esfuerzo, sacrificio, adaptación. Aprender inglés, conseguir documentos, enfrentar discriminación, encontrar empleo digno, lidiar con la soledad.
Pero también hay victorias: la primera casa, el primer trabajo estable, el carro que compraste con tu esfuerzo, la visa aprobada, el negocio que abriste. Cada logro se celebra. Pero también se llora en silencio por lo que se dejó.
Por eso, cuando llega el 31, es imposible no mirar atrás y no pensar en la niñez, en las fiestas con toda la familia, en la abuela sirviendo natilla mientras la canción sonaba de fondo. Esa es la patria que vive en la memoria.
7. Mi mensaje para ti, inmigrante latino
Si tú, como yo, estás lejos de tu país, quiero que sepas algo: está bien llorar el 31. Está bien extrañar. Está bien ponerse nostálgico con una canción.
Pero también está bien celebrar. Está bien reinventar la fiesta. Está bien bailar en la sala con tus hijos, poner esa canción bajito o en todo volumen, y decir con orgullo: soy colombiano, soy latino, y aquí estoy, dándole con toda por un mejor futuro.
No pierdas tus tradiciones. No dejes de ser quien eres. Comparte tu cultura, enséñala, vívela. Porque mientras exista una canción que te conecte con tus raíces, nunca estarás solo.
Conclusión: Siempre se puede volver a casa, aunque sea con el corazón
Cada vez que escucho "Faltan cinco pa’ las doce", cierro los ojos y me transporto. Estoy otra vez en mi casa en Girardot, abrazando a mi mamá, sintiendo la brisa caliente de diciembre, viendo la mesa llena, el ruido de la calle, los abrazos de los vecinos.
Vivir en Estados Unidos me ha cambiado, me ha enseñado y me ha hecho crecer. Pero no ha cambiado mi esencia. Sigo siendo el mismo colombiano que llora con una canción, que sueña con un futuro mejor, pero que no olvida de dónde viene.
Y tú, que me lees, también tienes tu historia. Cuéntamela. Este blog es un espacio para nosotros, los que cruzamos fronteras pero no dejamos atrás el alma.
Feliz año, parcero. No olvides poner ese cañonazo. Porque tú sabes bien: "me voy corriendo a mi casa..."
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