#️⃣ Luces, duendes y reflejos: la Navidad que me recordó quién soy | Luigi Torres

Luces, duendes y reflejos: la Navidad que me recordó quién soy

Una Navidad diferente, pero no menos mágica: Un encuentro mágico entre luces, duendes y reflejos

Una de las experiencias más mágicas que viví durante mi primera Navidad en los Estados Unidos ocurrió una noche fría de invierno, mientras caminaba con un grupo de amigos —una mezcla de americanos y latinos— por un recorrido lleno de decoraciones navideñas. Habíamos decidido salir a explorar juntos los lugares emblemáticos donde las luces lo transformaban todo: árboles que brillaban como constelaciones, casas vestidas de rojo y verde, y vitrinas que parecían salidas de un cuento.

Entre risas, fotos y chocolate caliente, llegamos a una esquina donde algo diferente llamó mi atención: una urna de cristal, como una caja gigante perfectamente iluminada, reposaba en medio de la acera. Me acerqué por curiosidad y quedé congelado por unos segundos, no por el frío —aunque el viento no perdonaba esa noche— sino por lo que vi dentro.

En el interior había una escena encantadora: una pequeña familia de duendes navideños trabajando en lo que parecía ser un taller de juguetes. Lo curioso era que esta no era una simple decoración estática. Al acercarme, el cristal capturaba mi reflejo y, como si fuera magia, los duendes comenzaban a moverse. Uno martillaba con precisión, otro organizaba juguetes en una estantería, y hasta se escuchaba una música tenue que parecía salir directamente del corazón de la urna.

Era una atracción mecánica, sí, pero tenía vida propia. No sé si fue por la ilusión óptica, la sincronía entre movimiento y sonido, o simplemente el espíritu navideño que nos invade en esos momentos... pero juro que sentí que los duendes sabían que yo estaba ahí. Que me miraban. Que, por un instante, me invitaban a formar parte de su pequeño mundo encantado.

Ese encuentro fugaz quedó grabado en mi memoria como uno de esos instantes que uno no planea, pero que se quedan para siempre. Y es que, a veces, la magia de la Navidad no está en los grandes espectáculos, sino en esos pequeños detalles que nos recuerdan que, por más lejos que estemos de casa, la ilusión siempre sabe encontrarnos.

1. Primeras navidades lejos de casa: el golpe emocional
Para muchos inmigrantes latinos, especialmente quienes venimos de países como Colombia, México, Honduras o Venezuela, la Navidad es sinónimo de familia, tamales, música fuerte, risas, novenas, aguinaldos y pólvora. Pero al llegar a Estados Unidos, la experiencia cambia:

  • El frío reemplaza el calor tropical.

  • Las tradiciones varían de estado a estado.

  • Muchos pasamos las fiestas sin la familia cercana.

Recuerdo que, al acercarse diciembre, sentí una mezcla de nostalgia y emoción. Tenía miedo de no sentir la Navidad como antes. ¿Cómo celebrar sin buñuelos, sin mi mamá decorando la casa con luces y pesebres? Pero la vida de un inmigrante está llena de primeras veces, y decidí no encerrarme en la melancolía, sino salir a descubrir cómo se vivía la Navidad aquí.

2. Una invitación inesperada y la importancia de decir “sí”
Una amiga latina con la que trabajaba en un restaurante me invitó a un recorrido navideño en un pueblo cercano. “Es una tradición aquí, hay luces por todas partes, vas a ver que te va a gustar”, me dijo. Dudé. No tenía carro, hacía frío, y no conocía bien al grupo que iría… pero decidí aceptar. Qué decisión tan acertada.
Ese "sí" cambió no solo esa noche, sino mi forma de enfrentar la vida en este país. A veces, los inmigrantes nos aislamos por miedo, por el idioma, por no sentirnos parte de este mundo. Pero decir a nuevas experiencias es la llave para empezar a vivir de verdad.

3. Un paseo entre luces y culturas
El grupo era una mezcla hermosa:

  • Unos americanos de Colorado,

  • Unos latinos de Guatemala y El Salvador,

  • Yo, colombiano, con acento rolo.
    Nos unía la curiosidad, el frío y el espíritu navideño. Caminamos por calles decoradas como en las películas:

  • Casas con luces sincronizadas al ritmo de música,

  • Árboles que brillaban como estrellas,

  • Familias compartiendo chocolate caliente y galletas.

En ese recorrido descubrí que, aunque las tradiciones son diferentes, el sentimiento es el mismo: compartir, celebrar, agradecer.

4. El momento mágico: duendes, reflejos y recuerdos
Entre risas y selfies, llegamos a una esquina especial.
Allí, como salido de un cuento, había una urna de cristal, perfectamente iluminada, con una escena navideña en su interior: duendes trabajando en un taller de juguetes.
Me acerqué y el cristal reflejaba mi imagen mientras los duendes empezaban a moverse. Uno martillaba, otro organizaba juguetes, y una música suave nos envolvía.

Por unos segundos, el frío desapareció. Me sentí niño otra vez. Recordé mi infancia en Girardot, las vitrinas navideñas en Bogotá, la emoción de ver luces con mis primos… y ahí, rodeado de personas que hablaban otro idioma, en un país que aún estaba aprendiendo a entender, me sentí en casa.

5. Lo que entendí ese día: la Navidad no es un lugar, es un sentimiento
Esa noche entendí que la Navidad no está en un país o en una receta. Está en los detalles, en las conexiones humanas, en los recuerdos que llevamos dentro y en la disposición que tengamos de dejar que la magia nos toque, incluso en tierra ajena.

Ese pequeño taller de duendes fue más que una decoración: fue un espejo. Vi reflejado no solo mi rostro, sino mi lucha, mis sueños y mi deseo profundo de formar parte de algo, incluso en la distancia.

6. Ser inmigrante es aprender a ver magia en lo cotidiano
Muchos de nosotros venimos a los Estados Unidos persiguiendo el famoso sueño americano:

  • Queremos mejores oportunidades.

  • Queremos seguridad para nuestras familias.

  • Queremos crecer, avanzar, vivir dignamente.

Pero lo que nadie te dice es que ese sueño no siempre llega en forma de éxito inmediato. A veces se manifiesta en una conversación con un extraño, en una cena con amigos nuevos, o en una caja de cristal llena de duendes que te hace llorar sin saber por qué.

7. Reflexiones para quienes están empezando este camino
Si eres un inmigrante recién llegado, esto es para ti:

  • No te aísles. Sal, conoce, involúcrate.

  • No compares. La vida aquí es distinta, pero no por eso peor.

  • Celebra lo nuevo sin olvidar tus raíces.

  • Habla. No tengas miedo de equivocarte con el inglés. Cada error es un paso.

  • Cuídate. Hay estafas y trampas, pero también hay gente buena y oportunidades reales.

  • Abraza las fiestas. Aunque se vivan distinto, también te pueden regalar momentos inolvidables.

8. La magia también es resistencia
Ser inmigrante es resistir:

  • Al miedo,

  • A la nostalgia,

  • A la burocracia,

  • Al rechazo,

  • A la soledad.
    Pero también es renacer. Aprender a amar de nuevo, a celebrar diferente, a construir una nueva historia sin borrar la anterior.

Esa urna de duendes fue mi primer regalo navideño en Estados Unidos. Me recordó que sigo siendo Luigi, el colombiano soñador, aunque ahora viva en Colorado y tome chocolate caliente con marshmallows en vez de aguapanela con queso.

9. Dejar huella contando historias
Este blog no es solo un espacio para contar anécdotas. Es una ventana para que otros latinos, desde México hasta Argentina, vean que no están solos. Que la experiencia del inmigrante tiene momentos difíciles, pero también encuentros mágicos que valen cada sacrificio.

Quiero compartir lo que he vivido: desde el primer día que me perdí en el metro, hasta las entrevistas de trabajo donde no entendí ni el saludo. Desde las veces que me rechazaron por no hablar bien el idioma, hasta el día que una mujer americana me miró como si el acento no importara.

10. ¿Y tú, qué reflejo ves en tu urna de Navidad?
Te invito a recordar cuál fue tu momento mágico como inmigrante. Ese instante que te hizo decir “valió la pena”. Tal vez fue una llamada desde tu país, un trabajo inesperado, un abrazo, una nueva amistad… o una caja de duendes que te recordó que aún hay magia en el mundo.


Conclusión: aún lejos de casa, la Navidad sabe encontrarnos
No importa cuán lejos estemos, los latinos llevamos una luz dentro que no se apaga. Somos esperanza, somos lucha, somos familia extendida en otro país. Y cuando menos lo esperamos, la vida nos regala reflejos de lo que somos, envueltos en luces, duendes y chocolate caliente.

Soy Luigi Torres, colombiano, inmigrante, soñador. Estoy aquí para compartir mi historia contigo y escuchar la tuya. Suscríbete al blog y déjame un comentario. Tu voz también hace parte de esta gran historia de los latinos en Estados Unidos.


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